De madre francesa y padre americano, los cronuts nacieron (cómo no!) en Nueva York, concretamente en la pastelería de Dominique Ansel.
Dicen que hay colas desde las 6 de la mañana para comprar cronuts, que sólo venden 2 por persona y que hay gente que ha llegado a pagar 100$ por un cronut de reventa. Mito o verdad, la próxima vez habrá que madrugar y probarlos.

Entre croissant y donut, con relleno de nutella o frambuesa o simplemente con azúcar, no hay quien se resista.
Vale la pena tomarse un cronut o cualquier otra cosa tranquilamente en La Petite Brioche porque es una cafetería o tienda de pastelillos (como ellos la llaman) preciosa y está todo buenísimo.
Pero si alguna vez tenéis mono de cronut (como me pasa a mí a veces) y sólo paráis rápidamente para llevarlos a casa, os los preparan en unas cajitas individuales chulísimas para que lleguen en perfecto estado y os aguanten igual de buenos hasta el desayuno.
¿Nos tomamos un cronut?
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